lunes, 29 de febrero de 2016

Menos de un kilómetro cuadrado para 43.000 vecinos

La Florida, en L'Hospitalet, tiene el doble de densidad de población que Manhattan.

En torno a Barcelona, la mayor aglomeración urbana del país trata de combatir la desigualdad y la polución.

Salvador Martín iba cada mañana a trabajar a Barcelona y no se fijaba en lo que estaba ocurriendo en su barrio, La Florida, y en todo el municipio de L’Hospitalet. Pero un día —debía ser finales de los años sesenta, principios de los setenta—, subió paseando hasta lo alto del cerro y se quedó asustado de lo que se había construido. “Pero si todo eso era una montaña”, pensó. Martín, de 81 años, y su amigo Antonio García, de 84, vieron crecer su barriada hasta la desmesura desde que llegaron en los años cincuenta a las viviendas sociales de La Florida; en los setenta y ochenta lucharon desde la asociación de vecinos por unos servicios que se les resistían (colegios, ambulatorios…) y hoy siguen intentando mejorar la vida del barrio más atestado de la ciudad (de más de 50.000 habitantes) más densamente poblada de España.

En L’Hospitalet de Llobregat (252.000 habitantes) viven 18.514 personas por km². Pero en el distrito IV, en La Florida y Les Planes, 43.000 vecinos se reparten 0,8 km², lo que significa que su densidad de población es el doble que la de Manhattan y que está por encima de casi todos los distritos de Manila (Filipinas), la ciudad más atestada del mundo. Son los más apretados entre los apretados: de los 20 municipios de más de 5.000 habitantes más densamente poblados de España, nueve están en el área metropolitana de Barcelona (L’Hospitalet de Llobregat, Santa Coloma de Gramenet, Barcelona, Badia del Vallès, Cornellà de Llobregat, Badalona, Esplugues de Llobregat, Sant Adrià de Besòs y Ripollet) y otro justo a continuación (Premià de Mar). Y, si se fija la lupa en las ciudades de más de 50.000 habitantes, las cinco primeras están en el llamado cinturón rojo, desde Santa Coloma de Gramenet y Badalona hasta Cornellà. Unas ciudades que forman un gran continuo urbano (conurbación) donde el asfalto se extiende sin interrupción, aunque cambie el nombre del Ayuntamiento, y que suponen una de las mayores concentraciones poblacionales de Europa.

¿Cómo se nota eso en La Florida? Salvador y Antonio hablan de lo difícil que es aparcar, de lo lleno que va el metro por la mañana (las tres líneas del barrio registran 9,1 millones de viajeros mensuales), pero sobre todo de problemas de convivencia en un barrio tan superpoblado como humilde: en 2014 había más de un tercio de paro registrado (seis puntos sobre la media municipal), un 39% de vecinos nacidos en el extranjero (frente a la media del 27%) y casi un tercio sin estudios (frente al 26% de L’Hospitalet y al 10% de Cataluña). “Lo peor es en verano, que salen grupos de gente a la calle y se están hasta las tantas. Conozco a alguno que se ha tenido que ir a dormir a casa de los abuelos para poder dormir”, explica Martín.

La historia de este barrio es el vivo reflejo de toda la zona: la inmigración interior de los años cincuenta en busca de trabajo rompió las costuras de la ciudad de Barcelona y se repartió por los pueblos de alrededor; estos, sin demasiado espacio, aprisionados entre el mar y la sierra de la Collserola, multiplicaron exponencialmente su población de una forma desordenada y con importantes dosis de especulación, lo que resultó en unas altas densidades; unas densidades que se han mantenido, más o menos, hasta hoy gracias a nuevas oleadas de inmigrantes, esta vez, extranjeros, y a pesar del ligero descenso poblacional de los últimos años.

La Florida, insisten Antonio y Salvador, ha mejorado una “barbaridad” desde que llegaron hace seis décadas, cuando se jugaban la vida caminando por la vía del tren para ir al metro que les llevaba al trabajo y dos fábricas de pieles atufaban el barrio. Señalan el mercado que se está construyendo —“va a ser una pasada”— y un sinfín de líneas de autobuses y de metro... “Ahora, como vecinos tenemos algunas quejas”, añade Antonio: “Necesitamos más seguridad, más limpieza y el nuevo ambulatorio, que el que tenemos está completamente saturado”.

“Muchas veces, cuando llega el equipamiento ya hace falta otro nuevo”, admite Antoni Nogués, director de la Agencia de Desarrollo Urbano de L'Hospitalet. “Por mucho que te esfuerces, en la planificación, a veces hay más avatares que certezas”, añade.

En La Florida, un claro ejemplo es el centro cívico inaugurado hace tres años con el nombre de Ana Díaz Rico, la difunta esposa de Salvador: “Era una mujer muy especial, todo el mundo la quería y luchó mucho por el barrio”, dice Martín. Con clases de manualidades o de iniciación al catalán, actividades de música para jóvenes o de cine, el espacio público trata hoy de ser un punto de encuentro, de convivencia para todas las edades y todas las procedencias del distrito. “Pero las necesidades son muchas y nosotros estamos ya desbordados”, explica en coordinador del centro, Raúl Rubio.

La Florida se incluyó en la Ley de Barrios de Cataluña de 2004 entre los barrios degradadas que debían recibir fondos europeos. Y la crisis ha empeorado la situación: es uno de los vecindarios identificados en el proyecto La segregación espacial de la pobreza en Cataluña como uno de los que más se ha concentrado la pobreza desde 2008, explica el investigador de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) Sergio Porcel. “Las rentas más bajas suelen vivir en zonas más densas”, añade.

Eduard Saurina, coordinador del Área Metropolitana de Barcelona —AMB, un organismo que ofrece servicios comunes como transporte o limpieza a los 36 municipios de la zona— admite que las desigualdades son uno de los principales problemas de toda esa inmensa aglomeración urbana: de 2006 a 2011, las familias con renta altas pasaron del 20,3% al 24,1%; y las bajas, del 10,8% al 12,9%, según un trabajo del Institut d'Estudis Regionals i Metropolitans de Barcelona de la UAB. Por eso, continua, una de sus principales misiones es tratar de compensar esas desigualdades con planes de mejora y nuevos equipamientos; la AMB cuenta con un presupuesto de 1.500 millones de euros que proceden, sobre todo, de impuestos propios salidos del IBI o la tasa de basuras. Pero Saurina asegura, por otro lado, que vivir apretados también tiene algunas ventajas, como el ahorro de costes (por ejemplo, los transportes públicos se rentabilizan rápido) o la atracción de actividades económicas que, entre tanta gente, siempre tienen más posibilidades de encontrar su público.

“La densidad en sí no es ni buena ni mala”, sostiene la profesora del Departamento de Geografía de la UAB Antònia Casellas, en referencia a que cuando es muy baja puede acarrear unos problemas y cuando es muy alta, otros. Desde hace años, muchos especialistas critican que las ciudades dispersas (ese modelo anglosajón de viviendas unifamiliares con jardín) son más caras y menos sostenibles, así que defienden que la opción razonable es la de las ciudades concentradas con altas densidades de población. Pero, según Casellas, la ciudad compacta solo puede ser positiva si no genera grandes continuos metropolitanos con movilidad inducida para ir a trabajar, acceder a los servicios y al ocio. En estos casos, como ocurre en Barcelona y prácticamente en todas las regiones metropolitanas, los problemas superan las ventajas, empezando por los más acuciantes: la desigualdad y la contaminación.

Desde la AMB, Saurina asegura que también están haciendo los deberes: "Impulsamos planes de restricción del tráfico en el centro de la ciudad, de movilidad con vehículos eléctricos, reclicamos el 80% de la basura...”. Casellas, sin embrago, cree que el problema no se está tomando realmente en serio: "Se habla mucho de hacer más y más transporte público, pero probablemente no mejora las cosas seguir fomentando la movilidad", dice la profesora, quien apuesta por ciudades medianas compactas (de unos 200.000 a 400.000 habitantes), sin suburbios y con todos los usos en su interior (residencial, de ocio, de trabajo).

Ni Salvador Martín ni Antonio García mencionan la polución entre los problemas de La Florida. Quizá, metidos en la escala del día a día, les pasa tan desapercibida como hace 40 años la desmesurada construcción. “Si un loco asesinara con una escopeta a la misma gente que mata cada año la contaminación [en España, 25.000 fallecimientos prematuros se pueden atribuir a la mala calidad del aire, según la Agencia Europea de Medio Ambiente], nadie lo toleraría”, opina con crudeza Casellas.

Fuente: El País



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