Pie de foto (de izq. a dcha.): José de Vicente (Presidente de COSITAL Málaga); Federico Romero (antiguo Secretario de Málaga); Venancio Gutiérrez Colomina (Secretario General del Ayuntamiento de Málaga); Juan Manuel Orense (Oficial Mayor del Ayuntamiento de Málaga); Mª Rocío Claros Peinado (Vicepresidenta de Consejo General de COSITAL); Isabel Alcantara Leonés (Titular del Órgano de apoyo de la Junta de Gobierno Local del Ayuntamiento de Marbella).
POR PILAR R. QUIRÓS, SUR
Dicen que nadie es profeta en su tierra. Pero el secretario general del Ayuntamiento Venancio Gutiérrez Colomina tiene el honor de serlo con el homenaje con el que le agasajaron en el salón de los Espejos la sociedad civil malagueña y un buen número de funcionarios a cuenta de que le hacían entrega de la Cruz de Primera Clase de la Orden de San Raimundo de Peñafort, que concede el Ministerio de Justicia. La presidenta de la Audiencia Provincial de Málaga, Lourdes García, era la encargada de hacerla efectiva en una mesa presidencial en el salón de los Espejos en la que estaban el presidente de Unicaja Banco, Manuel Azuaga; el alcalde en funciones, Francisco de la Torre; el abogado y exdecano del Colegio de Abogados José María Davó y el catedrático de Derecho Procesal ya jubilado, Juan Antonio Robles. Éste último fue el encargado de poner al auditorio al día de quién era el santo del reconocimiento y patrón de los juristas. Y así se remontó a todas sus encomiendas monárquicas y papales para desembocar en su gran aportación al derecho canónico, que ha tenido gran trascendencia para la Iglesia así como para las leyes civiles, como explicó Robles.
Davó glosó la figura de Gutiérrez Colomina haciendo un repaso por sus múltiples cargos, entre ellos secretario general en Sevilla y Málaga, sus prolíficas publicaciones de derecho administrativo y urbanismo, y su intensa colaboración con universidades extranjeras y españolas, donde ahora es profesor asociado de Derecho Administrativo en la UMA.
De la Torre le agradeció su trabajo en el Ayuntamiento, que ha sido siempre «enriquecedor», le hizo llegar su «afecto personal» y jugó con una broma que bien podría valer para sí mismo: que nadie se debería jubilar si no quiere hasta que no lo dijera un médico, con la que consiguió las risas cómplices de la sala.
Gutiérrez Colomina fue generoso y extenso en sus agradecimientos, y vino a decir que no mandaba tanto como algunos periódicos decían, sonrisas incluidas desde la sillería, y que quien de verdad pilotaba era el libro rojo de García Enterría. Preciso el guiño que le hizo a su mujer Marileni, «el auténtico baluarte de mi vida», que escuchaban sus hijos Charo, Cristóbal y Venancio. En ese devenir hizo un repaso por la gente que le quiere y acabó pasando lo inevitable: la emoción se apoderó de él. Lo propio.
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